ímpetu de Juan Bosco. Recuerdo que yo, con gran preocupación, me sentí indefenso y sin saber qué hacer. Era tan tarde, que los pocos negocios que se veían a la orilla de la carretera estaban cerrados y no se veía nadie que pudiera auxiliarnos. Pero no fue así para Juan Bosco, sin más, salió del vehículo y comenzó a inspeccionar bajo el cofre (capó). Pablo y yo nos quedamos dentro del automóvil. Después de un rato, quizá como una hora, Juan Bosco volvió a intentar encender el vehículo y todo funcionó a la perfección. Teníamos que llegar a como diera lugar y él se encargó de ello.

Durante el resto del viaje, recuperamos el buen estado de ánimo. Sentí que, con Juan Bosco, Pablo iba a llegar a la cita, pues como presidente de la asociación era fundamental que estuviera ahí. Después de unas 5 horas de viaje, en algún momento del trayecto nos detuvimos ya cerca de Silao a repasar el plan y el programa del día con otros miembros de la asociación y aproveché para dormir un poco. Juan Bosco estuvo todo el tiempo cerca de Pablo ayudándolo en los últimos preparativos. No percibí que él hubiera descansado nada. Al amanecer, los tres retomamos el rumbo y llegando a las faldas del cerro del Cubilete Juan Bosco nos dijo: “Este es el día más feliz de mi vida”. A lo largo de todas esas horas yo lo vi muy entusiasmado, mucho más que yo, más comprometido y más convencido. Nos hizo muchos comentarios en esas horas sobre lo importante que era para él estar haciendo este homenaje a Cristo Rey.

Aún no salía el sol, cuando dejamos la carretera y giramos hacia el camino empedrado que conducía hacia la cima del cerro. El cielo ya clareaba. Podíamos ver el Monumento a Cristo Rey, pero el camino se veía desierto. Avanzamos un poco, como un kilómetro y medio, hasta poco antes de que comenzara la subida de 14 kilómetros de largo que conduce al templo y al monumento.

En ese lugar nos volvimos a detener. Ahí había algunos compañeros nuestros que fueron los responsables de operar la mesa de registro de los contingentes que participaron en esta peregrinación. Permanecimos ahí un rato, hasta que comenzaron a llegar los primeros grupos. Nuestro vehículo se encontraba estacionado a un costado del camino, unos metros adelante de la mesa de registro. Alrededor de las 8 ya había muchos grupos de parroquias y centros educativos que estaban llegando de toda la república, y que estaban realizando el ascenso por la empinada pendiente. La fila de autobuses era impresionante.

En algún momento, yo regresé al vehículo y me senté detrás del asiento del copiloto, lugar en el que había hecho el viaje todo el tiempo. Poco después llegó Pablo y se sentó en el lugar del copiloto. Algo me comentó sobre un problema que se estaba presentando en la mesa de registro: al parecer unos provocadores en un vehículo estaban armados y querían secuestrar a unos de nuestros compañeros. Entonces mandaron a Pablo a guarecerse en el automóvil. Juan Bosco no regresó con él. Recuerdo que, pensando en la importancia de Pablo, traté de cubrirlo con mi cuerpo por si había un balazo dirigido hacia el automóvil. No sé por qué pensé en que podría haber balazos, quizá fue algo que me dijo Pablo al subirse al vehículo. Después vino por Pablo alguien de nuestros compañeros y se lo llevó hacia donde estaba el conflicto. Creo recordar que quien vino por Pablo me comentó que cuidara el automóvil, para que no lo sabotearan. Entonces me quedé ahí con las llaves, pero bajé del mismo.

Al mirar hacia donde estaba el problema, vi un automóvil rodeado de personas y un joven parado en el techo, con una pistola en la mano, moviéndola y apuntando al grupo que lo rodeaba. Entonces se me ocurrió mover el vehículo nuestro y tratar de bloquear el camino con él, pero no pude hacerlo totalmente por la cantidad de gente que ya había en la zona. Me volví a bajar y noté que ya no estaba el joven en el techo del otro auto. Lo vi venir en la dirección en que me encontraba, con un radio de intercomunicación (walkie talkie) en una mano y una pistola en la otra. Parecía que venía hablando con alguien por el radio y al pasar junto de mí, volteó a verme y me dijo: “si mueves el carro, te mato”, señalándome con la pistola. Durante todo este tiempo dejé de ver a Juan Bosco y a Pablo, pero me parece relevante el suceso, pues revela que alguien estaba intencionalmente coordinando una acción violenta a través del radio para sabotear la marcha.

El joven se quedó parado unos metros delante de donde yo me encontraba, hablando por el radio. Al poco tiempo regresó este joven del walkie talkie hacia su coche y desde lejos vi que se disolvió el conflicto, aunque no alcancé a escuchar qué se dijo. El automóvil de los provocadores subió por el camino, no supe hasta dónde, pues ya no lo volví a ver. Pablo regresó a nuestro coche y fue entonces que él y yo solos subimos hasta la cumbre, donde están el templo y el monumento. Juan Bosco se quedó abajo. Ahí estuvimos un rato, hasta que se le informó a Pablo que abajo, cerca de la mesa de registro habían herido a dos compañeros nuestros. No sabían si estaban muertos o qué tan graves estaban, se decía que al parecer los habían balaceado. Tampoco estaba clara la identidad de ellos. Entonces, un sacerdote que yo no conocía se ofreció a bajar hasta el lugar, con la Sagrada Eucaristía, para socorrer espiritualmente a los compañeros. Me pidió Pablo que usara su vehículo para llevar al sacerdote.

Sentado en la parte de atrás y sosteniendo un cáliz con su estola, el padre y yo bajamos a contrasentido de los miles de jóvenes que subían a pie, en un trayecto angustioso que me pareció muy largo, pero en el que pedíamos a Dios por nuestros compañeros, pues no teníamos información de cómo estaban y de si se podía llegar hasta los heridos. Lo único que sabíamos con certeza es que teníamos que llegar a la mesa de registro donde nos darían más información.

Al llegar, algunos de los compañeros que estaban ahí, nos dijeron que efectivamente había habido un atentado contra dos compañeros, pero que no sabían si estaban muertos o solo heridos. El lugar de los hechos se encontraba a unos cientos de metros sobre una vereda que salía perpendicular a la mesa de registro. También nos dijeron que no era seguro que nos acercáramos, pues no sabían si los atacantes todavía se encontraban en el lugar y si era peligroso. Cuando lo comenté con el sacerdote, él rezó por ellos y por el perdón de sus pecados, desde ahí, viendo en la dirección hacia donde nos indicaron que ellos se encontraban. Me sorprendió gratamente que el sacerdote reaccionara inmediatamente, pues es algo que a mí no me había pasado por la mente; que desde ahí él pudiera hacer algo por el alma de nuestros compañeros.

Poco después en la mesa de registro se enteraron que ya estaba la policía en el lugar y que los atacantes ya se habían ido, pero que se confirmaba que ambas personas estaban muertas. También en la mesa me dijeron que se trataba de Juan Bosco Rosillo y de César Fernando Calvillo. Aún así, no nos sentíamos seguros de que el peligro hubiera desaparecido por completo, por lo que, ante la imposibilidad de dar la Sagrada Comunión a nuestros compañeros, le pedí al sacerdote que se quedara en la mesa de registro mientras yo iba al lugar de los hechos.

Caminé por la vereda que corría al lado del lecho de un riachuelo seco, no recuerdo la distancia, pero no era muy lejos de la mesa de registro. Al llegar al lugar, había un policía uniformado armado con un rifle. Ese lugar no era visible desde la mesa de registro, debido a la sinuosidad de la vereda y a la vegetación que crecía a sus lados. Perpendicular a la vereda, se encontraba un Volkswagen blanco caído hacia el lecho del rio. La puerta del conductor estaba abierta y sobresalían colgando los pies de una persona. La puerta del copiloto estaba cerrada. Me presenté con el policía diciendo que era miembro del Comité Central, de los organizadores de la marcha y que al parecer yo conocía a alguna de las víctimas. Entonces el policía me dijo que brincara hacia abajo al lecho del río, para ver si reconocía alguno de los cadáveres. Bajé y desde fuera pude ver que el cuerpo que tenía los pies colgando hacia el exterior estaba recostado en los dos asientos delanteros del Volkswagen y que atrás del asiento del conductor estaba recargado hacia adelante otro cuerpo. Su cabeza reposaba contra el respaldo del asiento delantero.

Pude reconocer a Juan Bosco como la víctima en los asientos delanteros, aunque me costó trabajo por la sangre que tenía en el rostro. Es como si estando parado fuera del automóvil, su cuerpo hubiera caído hacia adentro, como empujado desde un costado. Como no veía el rostro del ocupante del asiento trasero, le comenté al policía quién era el de adelante y que estaba seguro de que sí pertenecía a nuestra asociación. También le comenté que no podía reconocer al otro ocupante por estar agachado contra el asiento. Entonces el policía me dijo que con cuidado hiciera el cuerpo un poco hacia atrás y que lo volviera a dejar como estaba. Eso hice, pero al ver su rostro no lo reconocí pues también estaba lleno de sangre. De hecho, nunca lo había conocido, hasta ese momento en que vi su cadáver. Le informé al policía y regresé hacia la mesa de registro, donde confirmé a mis compañeros que ellos ya estaban muertos y que la policía ya estaba en el lugar. (En una fotografía de un diario el asiento del conductor del Volkswagen aparece echado hacia adelante y no se ve recargado a César Fernando, por lo que supongo que alguien movió el asiento y su cadáver después de que yo los vi y antes de que se tomara esa fotografía).

No recuerdo qué pasó con el sacerdote. Me quedé esperando en el lugar, hasta que llegó una patrulla de la policía, en la noche, poco después de oscurecer, pues pensé que era mejor que yo diera la cara ante la policía como miembro del Comité Central y que no fueran a importunar a Pablo y causar mayor daño a nuestra marcha. Los que venían en la patrulla, en realidad una camioneta pick up, al enterarse de que era parte del comité organizador, me pidieron que los acompañara. Subí a la pick up y fui con ellos a la comandancia de la policía en Silao.

Al llegar a la comandancia, me interrogaron, pero como yo no tenía mucha información creo que no les fui de mucha utilidad para la investigación policíaca. Sin embargo, todo el tiempo me tuvieron en custodia, no arrestado, pero dentro de sus instalaciones. En algún momento de la mañana siguiente, mientras estaba en la comandancia se me acercó un joven a quien yo no conocía, me saludó con mucha familiaridad y me dijo que ya habían detenido a 4 personas que llevaban a unos secuestrados en la cajuela. Me dijo también, dándome a entender que pertenecía al mismo grupo que yo, que le habían dicho que yo tenía que decir que ellos eran los asesinos y que yo los había visto. Yo no entendí qué estaba pasando y porqué este joven me decía eso. Lo único que acerté a decir fue que eso no era cierto, que decir que ellos habían sido era mentira y que la mentira era pecado. Después de decir eso me sentí como un tonto. Al paso del tiempo, me di cuenta de que alguien quería resolver, o aparentar resolver, el crimen inculpando a inocentes, en vez de esclarecer realmente quiénes se encontraban detrás del homicidio. Esto último es una suposición mía basada en lo que viví ese día.

Como a las 10 de la mañana, me dijeron que ya me podía ir, me llevaron hasta donde había sido la mesa de registro, que es donde se había quedado el automóvil del papá de Pablo, me dirigí a cargar gasolina en Silao y tuve la impresión de que me estaban vigilando desde una camioneta. Me enfilé a la ciudad de México de inmediato para llevarle a Pablo el coche de su papá.

Después de los acontecimientos hubo cierta confusión en algunas personas que pusieron esquelas en los periódicos en que cambiaron el nombre de César Fernando, por el de otro de los militantes de la asociación, pero en cuanto se aclaró el nombre de ambos compañeros, ya no existió más duda al respecto. Esto puede verse en las notas periodísticas al final de este testimonio.

En los días siguientes, fueron emitidos varios comunicados con este motivo. El 27 de noviembre, la Acción Católica Mexicana informando del homicidio, pidió que no se realizaran protestas públicas al respecto, aunque nunca tuve conocimiento de que en el Comité Central de la ACJM estuviéramos planificando algo como eso. Nosotros nunca optamos por actividades violentas, solo apostólicas. El mismo día se emitió un comunicado de prensa por parte de la ACM, en la que se explicaron los objetivos de la marcha y la manera como la organización generada por la ACJM siempre estuvo orientada a fomentar la devoción, la alegría y la ratificación de la adhesión de la asociación al Papa y a los Obispos. En el mismo comunicado se informa de los asesinatos y se hace un llamado a la no violencia. Pueden verse estos comunicados al final de este testimonial.

El 8 de diciembre, apareció un comunicado de la Comisión Episcopal para el Apostolado de los Laicos, en el que Mons. Rafael Muñoz Núñez los considera mártires, como testigo que fue de la preparación y realización de la marcha y atribuye su martirio a enemigos de la Iglesia.

Finalmente, me queda decir que los siguientes meses fui objeto de hostigamiento de diversas formas, lo que pudiera significar que las mismas u otras personas estuvieron interesadas en intimidar.

Conforme avanzaron los días me enteré de mucha más información, sobre la manera en que un grupo de jóvenes los emboscaron con un burro, que iban tres compañeros de la ACJM en el Volkswagen y que uno había saltado en medio de los balazos y corrido a avisar a la mesa de registro, que les comenzaron a disparar sin que existiera ninguna provocación, que los asesinos aparentemente habían robado un vehículo para huir, que hubo muchos otros intentos de sabotear la marcha con gente armada, etc. Sin embargo, solo incluyo en mi testimonio aquello de lo que fui testigo directo y que me consta personalmente.

Aunque no soy ejemplo de un católico practicante, emito este testimonio pensando en que quizá alguien como yo, menos piadoso que los que fueron mis compañeros, también veo en este acontecimiento un ataque en contra de una manifestación de reconocimiento a la Realeza de Cristo.